sábado, 12 de marzo de 2011

Roatán, descanso entre colibríes


Llegué a Roatán de vacaciones. Era el final de un recorrido apasionante por parte del Mundo Maya. Un viaje que me llevó por el lago Atitlán, Tikal, Antigua y Chichicastenango, en Guatemala, y Copán en Honduras. Era el fin de fiesta de un periplo largo pero inolvidable, como siempre que vengo a Centroamérica en busca de la naturaleza Maya. Habíamos reservado una cabaña en la playa con un objetivo claro: descansar. Disfrutar de las playas de este archipiélago caribeño y descansar. Desde que tengo uso de razón soy culo de mal asiento. Entre el famoso dilema de playa o montaña lo tengo claro: la montaña. Aún así el lugar invitaba al relax así que devoré “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano y el “Popol Vuh” o libro sagrado de los Mayas. Cada uno se relaja o descansa a su manera y la mía es con una cámara de fotos, unos prismáticos y caminando (lo dicho culo de mal asiento).



Pronto me entero de la existencia de un manglar cercano así que mientras mis compañeros de vacaciones se tostaban al sol hondureño, un servidor se dejaba caer por las raíces de esos mangles rojos en busca de vida animal. Cangrejos, otros moluscos, garzas y diferentes limícolas ocuparon esa mañana. Pero el mejor momento tenía lugar cada tarde, en el frondoso jardín natural del pequeño complejo de cabañas. Abundaban las palmeras en cuyos troncos anidaban algunas parejas de carpinteros, pero también las orquídeas e infinidad de plantas con flores irresistibles para los colibríes. Allí pasaba las últimas horas del día, cuando el calor era más suave. No por los colibríes, pues a diferencia de la mayoría de las aves, al pájaro más pequeño del mundo poco le importa para su actividad el fuerte calor, pero si para mi que aguantaba inmóvil apostado de planta en planta aguardando la llegada de los colibríes. Colibríes de tamaño medio, pequeños y muy pequeños. De todos los colores. Comenzaron a pasar delante de mí en las tardes de Roatán decenas de especies de colibríes.



A pesar de su pequeño tamaño son aves que cuentan con algunas especies migratorias de modo que son frecuentes sus desplazamientos entre las islas y el continente. De hecho varias de las 41 especies de colibrí censadas en Honduras proceden de Estados Unidos para pasar el invierno. Otros, como el colibrí esmeralda son endémicos de Honduras. Y así pasé las horas, disfrutando como un enano con cada nueva especie “descubierta”. Como no podía ser menos, en estas condiciones (mis condiciones), descansando. Feliz. Volví como nuevo.

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